Bienvenidos

Esto no es nada más que un pequeño afan por dejar volar mi imaginación y volver a crear un mundo diferente e inexistente. De esos que sólo leemos sobre ellos pero que cautivan y sumergen como si creyéramos que la puerta a ese lugar está en algún lugar, invisible ante ojos ignorantes.
Yo soy soñadora y me gusta esto pero sé salir de mis sueños y palpar la Realidad cuando es debido.
Así pues, sean bienvenidos.

viernes, 22 de agosto de 2008

Mi blog

Estos textos los escribo yo usando nombres ya existentes, como el de Marius o Lestat, que se encuentran en las novelas de la escritora Anne Rice.
Todo lo demás es invención mia siguiendo otras historias y posiblemente mezcladas. Lo que quiero decir es que si alguno de mis textos se parecen a ciertas escenas de cualquier libro o película es simplemente porque he querido introducirla, nada más.

Espero que os gusten y que sigais leyendo.

jueves, 21 de agosto de 2008

3# Decisiones.

Ahora sólo quería sentirle dentro de mí. Otra vez. Quise seguir con lo que dejamos a medias en ese momento de vacilación por mi parte. Pero, aun así, no pude dejar de darle vueltas al asunto. Pero ahora ya no prestaba atención a mis dudas sobre la satisfacción. La eternidad. ¿Qué era la eternidad para ellos? Yo la desconocía. Y por eso no podía evitar pensar en ello. A diferencia de Marius yo no disponía de todo el tiempo del mundo para estar con él; envejecería a su lado como cualquier otro mortal. Esto no era como en las películas o en los libros donde el condenado se niega a convertir a su amante porque cree que es incorrecto. Marius accedería a hacerlo si yo se lo pidiera; ahí estaba el trato. Yo debía decidirlo por mi cuenta pero había tantas cosas a tener en cuenta… Esto no era como elegir si optaba por trabajar en La Hora o en el 60 minutos, que me parecía una decisión un tanto insignificante en estos momentos. En este caso debía decidir entre seguir siendo un ser mortal o convertirme en un ser que vaga por las sombras y que no le está permitido ser como los demás. Me habían dado la vida para poder acabar con ella. No me parecía justo y mucho menos siendo consciente de la palabra que encabezaba esa decisión: amor. Todo es por él; por mi amor a Marius. Pensándolo bien él nunca me ha forzado a que decida nada; ni lo ha mencionado siquiera. Pero sé que lo piensa. Sé que quiere hacerme suya y de otro modo muy distinto al que estamos acostumbrados nosotros, los seres humanos. Y yo quiero dárselo. A lo mejor era esto lo que intenté aclarar hace unos minutos. Cuando le pregunté si le era suficiente me refería a eso. Me ama y yo le amo. Adoro hacerle el amor y dejar que él me lo haga a mí. Quiero satisfacerle como hacen entre ellos, quiero que me muerda y sienta el placer de beber mi sangre, la sangre de quien ama… Pero para ello debía renunciar a mi vida y empezar una muy distinta llena de secretos y malevolencia.
Pero ¿qué sería de mí sin Marius? ¿Qué sería entonces mi vida sin la persona que amo? Podría conocer a cualquier otro hombre que pudiera compartir mi misma forma de vida pero después de haber conocido, de haber entrado en este otro mundo donde se encuentra Marius, me es imposible creer que sería capaz de olvidarle y no arrepentirme de mi elección. Esto no es una afirmación. Aún no puedo escoger mi camino. No era la hora de contemplar mi última puesta de sol.

2# Primeras inquietudes.



- ¿Que ocurre? – parecía realmente sorprendido e intrigado - ¿Te encuentras mal? - No… deja ya de preocuparte por mí. – la rabia hacia mí misma iba en aumento – ¿puedo preguntarte una cosa, Marius? – seguí mirando al suelo. Me gustaba mirar a los ojos de quien hablaba y más si se trataba de algo serio pero no podía, no con él. Sus ojos eran demasiado sinceros, no como los míos, que siempre escondían inquietudes y dudas como en ese mismo instante. - Por supuesto! Puedes preguntarme cualquier cosa, Elena. Dime, ¿qué quieres saber? – se incorporó en la cama para estar un poco más cómodo y más cerca de mí. Pude sentir la suavidad y el calor que desprendía su cuerpo desnudo. - No se trata de eso. Tengo suficiente con todo lo que he visto… es sólo que… - no encontraba las palabras. Me sentía como una adolescente aclarando dudas en una de esas conversaciones de madre a hija y eso me avergonzaba. Pero quería saberlo. Necesitaba una respuesta y tenía que ser la suya – ¿Te.. te soy suficiente? – Lo solté. Creo que fue un simple susurro pero no importa. Él podía escuchar incluso los ratones corretear por el desván aunque se encontrara fuera de su casa. - ¿Cómo…? ¿Qué quieres decir? – se colocó enfrente mío y me levantó la cara con suavidad - ¿A que te refieres, si se puede saber? – me miraba a los ojos. No podía con eso. Sus ojos desprendían siempre esa sinceridad tan poco habitual en seres cómo ellos; llevaban la comprensión y la razón reflejadas en ellos. Sentí calor. Pero esta vez no era por él aun teniéndole a tantos pocos centímetros de mí, sino por lo ridícula que me sentía en esos momentos.
- Pues… yo no soy como tú y… y no puedo evitar pensar si, siendo lo que eres, te doy lo suficiente. No sé si me explico… - No. No lo hacía. No sabía qué acababa de decir – Da igual, olvídalo, no tiene importancia! No sé porque he empezado esto, perdona. – Quise levantarme e irme. No estaba dispuesta a hacer más el ridículo delante suyo. Al fin y al cabo todo iba bien entre nosotros, ¿para que decir nada? - Aguarda – no lo vi venir. Puso sus manos sobre mis hombros y me tumbó; agarrando ahora mis antebrazos se situó encima de mí, rozando mi cuerpo pero lo suficiente aislado para poder mirarme a los ojos – No te diré que no he estado con otras mujeres, ya fuera en mi vida como mortal como en la de ahora. He estado con muchas como yo y entre nosotros no hay... – se detuvo. Me observó un par de segundos que me parecieron minutos – no había lugar para la ternura, la cortesía, la… satisfacción de amar no sólo un cuerpo sino una persona con nombre. Viví muchas noches salvajes, si. Somos así. Para nosotros no existe nada más. Se nos ha dado toda una eternidad para descubrir cosas nuevas, sentir de diferentes modos… Para cambiar. Y ahí es donde entras tú, Elena. Tú tienes el papel más importante en esta función tan real. Has sido tú quien ha hecho que desee estar contigo. Que las mañanas parezcan más largas y mi espera más espantosa es por ti, porque tú me has dado lo que perdí al convertirme en esto. Y ahora, si te digo que mis labios ya no sienten frío, que ya no me asusta esta eternidad y que vuelvo a vivir aun habiendo muerto una vez, ¿habré contestado a tu pregunta? – esperó.
No apartó su mirada de la mía y yo creí estar soñando. Pensé que tenía razón en lo que decía, que no servía de nada negarlo. Cuando entré en esta casa en contra de mi voluntad para convertirme en una de las tantas amantes del joven Lestat, no hubiese imaginado que mi presencia aquí pudiera cambiar tantas cosas. Pero así fue y tenía una de las consecuencias encima de mí, en mis brazos. Me pensé un poco lo que iba a decirle; algo que fuera sincero y que pareciese que todo lo que había dicho me había tranquilizado. - No del todo pero… pero todo lo que has dicho me llena mucho, de veras. Y lo sé, soy consciente de todo eso… - hice una pausa. Mi timidez se calmó, ahora me sentía más bien confusa y encontraba algo divertida la situación-. - Pero… - me desafió. - Nada; absolutamente nada – sonreí. Le dije que era demasiado testaruda a veces pero que apreciaba mucho todo lo que había dicho. Y era verdad, sólo que no quería hundirle esas preciosas palabras que me había brindado y, por lo tanto, preferí dejarlo donde estaba.

1# Impulsos.

Y le abracé. Aún no sé porque, pero lo hice. No hacía ni diez minutos que le conocía. Le rodeé la cintura por la espalda, quise sentir el tejido de su ropa e intentar oprimirle hasta que sus huesos me lo impidieran. Ni siquiera se inmutó. Se quedó ahí, de pie, sin moverse. Por aquel entonces aún no sabía que era un abrazo ni qué significaba. No; sí que lo sabía pero no lo apreciaba. Fui su mejor maestra, sin duda.


Separó lentamente sus brazos de su cuerpo inerte y rozó mis manos. Estaba totalmente helado… Acariciaba mis manos suavemente, como si nunca antes hubiera tocado a nadie que no fuera uno de ellos. No éramos tan distintos; al fin y al cabo él tan solo vivía eternamente mientras yo envejecía con el tiempo. Perdí el juicio. Mientras nos eternizábamos en pequeños instantes de atracción mutua, inquietudes dormidas despertaron. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Era yo o era él? No sabía la respuesta pero sí que no quería soltarle. No quería apartar su cuerpo del mío. Deseaba seguir escuchando su respiración y, de haber tenido, los latidos de su corazón.

Entonces supe que quería quedarme con él; descubrir lo que podía enseñarme y hacer lo mismo por él. Supongo que lo que realmente pretendía era enseñarle a amarme y no a amar. Lo quería para mí y él siempre me quiso para él. No lo dijo; no hasta el último momento, pero fue lo único que exteriorizó por si solo por decirlo de algún modo. Digamos que le enseñé a ser un poco más humano de lo que en su día pudo ser.